El Compas
Los palos flamencos se definen por numerosos atributos, como la melodía, la armonía, la tonalidad, su origen o… el compás. Este no es más que la medida en la que se cuadra cada palo, aunque muchos, como la soleá por bulería, el polo y la caña, comparten uno mismo y difieren entre sí por otros de los atributos.
Disponemos, por tanto, de numerosos compases, aunque unos están más extendidos que otros, como veremos más adelante. La guitarra ha de seguir el mismo compás que el cante y el baile. Las palmas y el cajon siguen ese compás. Cualquier voz o instrumento que se añada ha de hacer lo propio. Y todo ello genera la posibilidad de crear unos códigos concretos entre los intérpretes. Como en el blues o el jazz, unos patrones, una estructura que permite el entendimiento.
La riqueza rítmica del flamenco
Cada uno de ellos viene definido por una serie de tiempos y acentos. Esto último se refiere a esa palma, ese punto cardinal dentro del compás en el que marcamos, como si de una bandera se tratase, una señal, un golpe especial: «Un, DOS, un, dos, TRES, cuatro, cinco, SEIS, siete, OCHO, nueve, DIEZ y…» suena, de fondo, en cualquier aula de baile cuando los alumnos, frente al espejo, ensayan, por ejemplo, una soleá o unas alegrías.
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